Dicen, que los universitarios de hoy en día no tenemos interés por estudiar. Dicen que somos unos vagos, que sólo queremos estar de fiesta y que no nos movemos por trabajar.

Así esta la situación actual. Las mesas habilitadas en los pasillos tienen las sillas ATADAS a las mesas, y organizadas de dos en dos. Lo cual está muy bien si los grupos en los trabajos los organizasen por parejas, o incluso por grupos de cuatro.
El problema viene cuando los grupos son de 7, 8, o incluso de 10. ¿Tenemos que aprender a levitar?
¿Tenemos que turnarnos el asiento? ¿Traemos alicates y liberamos a las sillas de su condena?
Atar las sillas restringe la movilidad, es incómodo, e injusto. Nadie va a robar las sillas, y para tenerlas ordenadas... ¿no es mejor fomentar un comportamiento correcto y que los estudiantes se sientan movidos a ordenarlas, que prohibir su movimiento? Porque cuando la necesidad lo requiere, la imaginación sale a flote...
Cuando la imaginación acude en caso de problemas, nos encontramos con soluciones extremas, donde cualquier cosa vale para sentarse, y si las sillas escasean, incluso una fila de bancos son un buen asiento.
¿De verdad tenemos que llegar a este extremo? ¿Esto denota una falta de interés?
Porque cuando las sillas faltan, y bajo la prohibición de cambiarlas de sitio, habrá que buscar otras soluciones si la propia institución ni se las plantea y parece no ser culpa de nadie.
Aquí vemos a unas compañeras buscando sitio y sillas donde pueden y como pueden, haciéndose amigas de la incomodidad en busca de aprovechar al máximo los recursos que tiene la facultad.
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